Sociedad-Inmigración

7 de agosto de 2009- “Pequeño homenaje a un inmigrante”

Se cumplen hoy sesenta años, de la llegada a la Argentina de mi abuelo, el 7 agosto de 1949, sobre el Puerto de Buenos Aires.


Dicen que la memoria, es el espacio que nos permite construir lo que realmente somos. No podemos entendernos, sin entender lo que nos pasó y sin saber de donde venimos. Construir parte de nuestra historia, es construir nuestra identidad.
Para lograr este objetivo, me propuse reunir algunos datos que fui juntando en estos últimos años y presentárselos hoy a ustedes, permitiéndome también realizar un humilde homenaje al valor de un hombre que lo dejó todo y nos trajo aquí, para bien o para mal, nuestro lugar.

El 14 de julio de 2008 visité por primera vez el viejo hotel de los inmigrantes, en el puerto de Buenos Aires. Fue casi de casualidad, con una mochila y mi cámara, tenia el “día libre”. Busqué en los registros el nombre de mi abuelo y ahí estaba: Fiorángelo Maglieri, 7 de agosto de 1949.

Ese día puse en mi diario lo siguiente:


“Me he dado hoy un regalo extraño y tardío, con esa sensación de haber esperado mucho en llegar, y de haber andado buscando esto, desde hace tiempo.
En el Hotel de los inmigrantes, pude ver el registro de ingresos del 7 de agosto de 1949, en donde se consignaba que un hombre de 37 años, llegaba desde el puerto de Nápoles en el buque “Francisco Morosini”. Era un campesino católico y casado, que lo dejaba todo a miles de kilómetros, y todo quiere decir eso, absolutamente todo lo que uno puede desear en la vida. Uno quiere una familia, quiere un trabajo, quiere un lugar donde vivir, un grupo de amigos y una patria.

Quizas parezcan pocas cosas, o se den como simplezas para aquel que las tiene y las vive todos los dias, pero eso era lo que aquel hombre dejaba atrás para empezar todo de nuevo. Estuvo, hace casi 59 años, parado en el mismo lugar que yo, recorriendo el edificio de un lado a otro, aturdido y confuso, buscando una salida. Me resultó muy fuerte esa sensación de traspasar el tiempo y encontrar la imagen de aquel hombre que llegaba con miles de preguntas, como las mías.

El Hot
el de los inmigrantes, es un lugar maravilloso para los que tenemos alguna historia ligada a alguna llegada. Yo pasé esa misma puerta de alguna manera, estuve captando el enorme vacío de los que se fueron, las salas vacias, iluminadas por el sol, en un silencio que hablaba de mil formas en voces fantasmales. Las escaleras derruidas y los interminables pasillos, eran formas de los destinos que aquí se inventaron, ya que esa era la tarea de todos aquellos que llegaban: inventarse un destino. De esa historia, primero en blanco y negro, nosotros venimos. Somos la causa fortuita de aquellos pasos por el parque que rodea el puerto y las dársenas.

Quizás los mismos árboles de hoy, fueron testigos de encuentros y tristezas, de miradas desorientadas, de des
olación. Quizás esos árboles abrazaron repentinos descansos bajo sus hojas, cobijando a los cansados inmigrantes, al menos por un rato. Con el registro en mi manos, apenas un formulario, me senté en los bancos del parque y me quedé solo para llorar de alegría. Había encontrado un pequeño tesoro, una parte de mi historia”.

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