TEORÍA DE LAS PALABRAS DE BRENDA- (ADELANTO DE MI PRÓXIMO LIBRO)
-
¿Sabés por qué los viejitos hablan cada vez más bajito y más lento?-
me preguntó como sabiendo sobre ese misterio que conocía.
- No,
la verdad es que no sé por qué pasa eso, ¿por qué los viejitos hablan
lento?- le pregunté, habilitando a que me suelte su enorme secreto.
Fue
allí que la pequeña Brenda, comenzó a explicarme, que en realidad,
todos nosotros tenemos una cantidad limitada de palabras que podemos
usar a lo largo de nuestras vidas. No es que serían infinitas como
pensamos, no es que nacen fácilmente en nuestra boca, y desde allí
podemos soltarlas alegremente, sino que resulta que todas las palabras
que tenemos en el cuerpo, están contadas desde que nacemos, marcadas en
nuestra lengua, que las va dejando salir de a una por vez, con cada
frase, en cada conversación.
Es
así entonces que, cuando llegamos a la vejez, ya nos van quedando solo
unas pocas, y armamos las frases con mayor dificultad, nos cuesta un
poco más soltarlas, desprendernos de cada sílaba. Es por eso que las
soltamos más despacio, mucho más lentamente.
- ¿Y cuantas palabras
tenemos para usar en total, en toda la vida?- Le pregunté interesado y
con un tono parecido a la preocupación, porque ya estaba contando las
mías, sin saberlo, midiendo cada desprendimiento de las letras que se
iban y cada movimiento de mi boca que las soltaba en esa pregunta.
-
Son como cuatrocientas cincuenta y cuatro mil millones- respondió
segura y con precisión científica, como quien pudiera afirmar de la
misma manera, la cantidad de peces que hay en el mar a las seis de la
tarde.
Si
existe una cantidad limitada de palabras que podemos pronunciar, y si
éstas finalmente desaparecen, qué sucede cuando sale la última,
reflexioné casi aterrado
- ¿Qué pasa Brenda cuando se terminan las palabras que tenemos?- pregunté cada vez más preocupado.
- Te quedás mudo- respondió resuelta y bien segura de lo que estaba diciendo.
Es
así, que yo seguí indagando sobre esa teoría que me pareció fascinante,
“la teoría de las palabras de Brenda”, la bauticé, una especie de nuevo
mundo creado ahora por la idea de estas frases limitadas y agotables,
la idea de un universo en el que debíamos cuidarnos de no perder tantas
sílabas mezcladas innecesariamente. Un mundo en el que teníamos que
pensar cuidadosamente todo los que íbamos a pronunciar, cada letra que
se juntaba con otra en nuestra cabeza, ahora pasaba a estar medida,
contada indefectiblemente, hasta la última.
Brenda me dijo que se iba
a jugar con Morena. Agarró su bicicleta, que había estado descansando
en el pasto, y se subió en ella para salir rápidamente hacia la entrada.
Se
alejó pedaleando rápido como siempre lo hace, pero ya nada sería lo
mismo después de esa conversación. ¿Qué me tocaba decir ahora?, ¿Cómo
medir cuidadosamente cada palabra?, ¿Cuántas me quedaban para usar y con
quienes las usaría? ¿Qué historias podía contar, antes de la
desaparición de mis signos?
En
base a esta nueva e increíble teoría que me revelara Brenda, ¿Qué cosas
dirías y a quién se las dirías, si solo te quedaran cuarenta palabras
para usar? Las últimas cuarenta palabras.
Eso le prepuse a mis
alumnos durante los primeros días de marzo, apenas nos encontramos y nos
conocimos, y las respuestas fueron tan impactantes como maravillosas.
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