LOS DIAS QUE NOS QUEDAN

 

Algo comenzó a cambiar radicalmente esta última semana y fue la aparición de la posibilidad de una (o varias) vacunas, que terminen con la interminable expansión del COVID-19 y sus contagios. Estas vacunas (primero la de Rusia, luego la de Oxford, también hubo noticias de China y de Cuba) aparecen como la primera luz al final del túnel, las que nos sacarían de la enorme angustia en la que transitamos hace más de 150 días. Son 4 entonces las vacunas que compiten hasta ahora (seguramente habrá otras) en sacarnos de la pandemia más extensa de la que se tenga conocimiento en los últimos 90 años.

 “No aguanto más”, fue lo que me dijo en conversación telefónica, doña Verónica Marta (mi madre, de 70 recientes años) luego de un encierro de varias semanas y de la angustia de soportar además, el inesperado tránsito de mi padre (72) por la enfermedad que nos atemoriza, y de la que se salvó por verdadero milagro.

La aparición de las vacunas, ofrecería tener, un horizonte de salida que, algunos nos atrevemos a establecer, en el 1 de marzo de 2021 (con viento a favor) muy cerca del primer aniversario del decreto que inició el aislamiento social preventivo y obligatorio en Argentina. Este dato no es menor, porque nos dice que apenas estamos en el medio de un recorrido, y que deberemos convivir con el virus dando vuelta entre nosotros por seis meses más.

 Es cierto que seis meses pueden parecer mucho, puede parecer insostenible pensar que estamos apenas en la mitad. Un año es mucho para la frágil expectativa humana, finita y pobre, más cuando la incertidumbre se cierne como una sombra, sobre el futuro de todos.

Si tomamos entonces como probable una salida en el mes de marzo de 2021, un pesimista diría que estamos apenas en la mitad del recorrido angustioso del aislamiento social y del distanciamiento obligatorio (con todas sus variantes posibles) según en qué región habitemos de Argentina o del mundo. Si estamos apenas en la mitad del camino recorrido, es la misma cantidad lo que nos falta para salir definitivamente de está separación obligada.

Siendo optimistas, podríamos pensar en lo mucho que aprendimos, y en lo tanto que nos falta por aprender y por reconocer, en este tiempo que nos queda, entre los abrazos que quedaron suspendidos.

Es cierto, es difícil para alguien de 70 años transitar este momento, pero es igual de difícil para mucha otra gente que, de distintas formas, piensa, imagina, o anhela encontrar una salida a todo esto, acercarse a los suyos, reinventar su trabajo, pensar en un futuro despejado de las distancias de los cuerpos.

Es difícil también para los jóvenes que no pueden compartir tantos momentos y que ya advirtieron que no habrá entrega de medallas, ni viaje de egresados. Es difícil para los enfermeros, para los docentes, para muchos trabajadores, para los niños, que deben encontrarse de otras formas en sus juegos y en sus charlas con amigos.

 

A todos se nos convierte esta situación en un desafío enorme y todos la atravesamos con nuestros miedos, nuestras carencias, y nuestras desesperaciones más humanas. Creo que todos, sin dudas, tenemos el deseo más profundo de llegar al final del recorrido.

No hay nadie que no imagine ese día. Que quizás no sea un día especifico (yo le puse 1 de marzo) pero todos, absolutamente todos, soñamos con ese encuentro de familia, con esa abrazo que quedó en pausa y que hoy salvamos con codazos rápidos, cuando podemos. Imaginamos ese beso en la mejilla, y pensamos en los amigos, esos que hoy quedaron, detrás de las pantallas.

Me conformo pensando que quizá no es tan difícil transitar esto. Que hoy tenemos teléfonos, conexiones de Internet, que nos llamamos, que nos miramos desde aparatos, que hablamos con video llamadas, con todas las formas posibles de encuentros virtuales, que nos permite (por suerte) la tecnología actual.

 No sé por qué, me acuerdo otra vez de mi abuelo. De ese tano que llegó hace 70 años, viajando solo, dejando a su familia muy lejos, sin poder contactarlos, ni tocarlos, ni verlos, ni saber de ellos, durante 675 días exactamente (los he contado) tal fue el lapso desde su partida desde Italia y su encuentro con su familia, nuevamente en Buenos Aires, casi dos años después. Dos años sin whatsapp, sin llamadas, sin imágenes en vivo, sin virtualidad, dos años en una verdadera soledad. Pienso entonces, trato de conformarme, en que esta distancia que nos queda no sea tanta.

Me digo que esto es apenas una pausa inesperada, que nos tocó vivir sobre la rutina que llevábamos. Una pausa obligada en la avenida de los días, que transitábamos y que nos toca pasar. Entonces no me parece tanto, ya casi no me parece nada. Le digo a doña Marta (y a todos) que tenemos que aguantar un poco más, que ya nos falta menos. Que en esta película que vivimos desde adentro, ya vemos una salida del otro lado, es solo cuestión de tiempo, como siempre se dice.

La “nueva normalidad” (así parace que se lama) nos espera adelante, y habrá festejos y risas, cuando podamos abrazarnos de nuevo sin miedos. Contaremos esta historia, la de estos tiempos raros de ausencias, también como esa en que los días quedaron en pausas y hablaremos de los cambios que tuvimos que darnos.

Nos toca mientras tanto seguir contando los días con paciencia y de a uno. Es apenas la mitad del esfuerzo que hicimos, y del recorrido que aún debemos sostener, entre sueño y sueño, hasta el momento de volver a abrazarnos.

Comentarios

Entradas populares